Esta semana nuestra corresponsal en la Luna no ha podido evitar dar su opinión de lo sucedido en el Capitolio el pasado miércoles. Aún sin llegar a procesar las consecuencias de lo sucedido, durante la tarde de ayer nos hizo llegar estas líneas. Es una de las pocas veces en las que desde la Revista Tierra Trivium nos hacemos eco de un tema político, pero entendemos que lo sucedido el pasado miércoles es un suceso que marcará la historia y con respecto al que creemos necesario posicionarnos. Así que sin más preámbulos y deseando que todo vuelva a la normalidad lo antes posible os dejamos con el comentario de Sonsoles Maroto.
ASALTO EN EL CAPITOLIO : tocata y fuga de Trump
«No es una protesta, es una insurrección», calificaba Joe Biden, el anciano presidente de los Estados Unidos de América, los hechos que incendiaron ayer el Capitolio y los ánimos de todos los demócratas convencidos… si es que vamos quedando algunos, ya. ¿Estados Unidos? Ahh… pero ¿siguen unidos los ciudadanos norteamericanos? A pesar del aporreo de un personaje sacado de un cómic de los sesenta contra su creencia número uno, La Democracia. Pese a ver cómo las fuerzas del orden, policía, o cuerpos especiales, pisotean sistemáticamente los derechos civiles que dicen defender en países extraños, en tierras lejanas a sus propias fronteras. Pese a haber tenido que soportar que un Presidente votado por los ciudadanos, ponga en tela de juicio el propio sistema democrático, por un berrinche propio de un escolar… ¿Acaso podrían continuar UNIDOS los ciudadanos de esa Federación? El suceso ha sido de la mayor gravedad, no cabe duda. Los asaltantes lograron interrumpir la sesión de la cámara, es decir, lograron imponer el ruido y la violencia sobre el diálogo de los representantes del pueblo. No obstante, mi análisis tiene que incluir la parte humana, la que más me interesa. ¿Los cuerpos policiales carecen de la formación necesaria para disolver a unos ciudadanos, con métodos que no impliquen matarlos?
No termina mi perplejidad, mis náuseas, mi deseo de desconectar y aislarme, más aún, en mis novelas. Y vuelvo a lo de siempre. Es que son hijos del Lejano Oeste. Es que son hijos de inmigrantes, con complejo de inferioridad -sí, sí, he dicho de inferioridad. Es que, al tiempo que el biberón, le muestran al bebé dónde está el arma en casa, por si es que llega el caso… Pero mi memoria, no acostumbrada a la autocomplacencia, me recuerda la historia patria. Un golpe de estado. Con eso lo han comparado, en los medios de comunicación; lo más parecido a un golpe de estado a manos de una facción del pueblo. Mal, mala calificación, los golpes los da el poder. El pueblo produce sublevaciones, o revoluciones, como la francesa. «El pueblo asalta el poder para derribar a los absolutistas, que corrompen mis elecciones», que diría Donald. STOP, Sonsoles, no te desvíes, estabas con España. Aquí tuvimos un intento de golpe de estado, no es necesario más referencias, todos sabemos de lo que se habla. ¿Cuántos muertos? Cero, un sobresaliente, brillante, ostentoso y muy a mi favor CERO. Y los que entonces entraron en nuestras Cortes iban armados, pertenecían a los Cuerpos de Seguridad del Estado. Sin embargo: tras horas de discusiones, de allí salió todo el mundo por sus pies, ordenados, calladitos… Ninguna baja. IMPECABLE ACTUACIÓN DE NUESTRAS FUERZAS DEL ORDEN. Y ahora, en la que denominamos primera potencia mundial, la que se mete a arreglar las averías en las casas de los vecinos: CUATRO MUERTOS, en una actuación contra civiles. Náuseas. Ganas de vomitar. Vergüenza de la raza humana. ¿O es que debo seguir pensando en aquello del Lejano Oeste… y darme por enterada?
Romperé una lanza a favor de la Revista Trivium, que me permite desahogar mis opiniones, así, en caliente. Pido disculpas a los lectores, de antemano, si consideran este comentario demasiado exaltado. Ha ocurrido algo: me vine a la Tierra desde mi tranquilo retiro en mi amada Luna, por eso de pasar las Navidades en familia. Y… ¡¡zasca!! El día de Reyes, no termino yo el chocolate de la tarde, mi merienda con roscón… tardía, cuando me viene mi hijo:
—Mamá, están asaltando El Capitolio.
—Hijo, ¿El Capitolio, dices? En Washington… —sabe que he sido feliz un añito en esa ciudad, hace demasiado tiempo.
—¡Sí, sí, en el Congreso de ellos, te digo!
—Pero que no, que para ellos ese es el símbolo de la Democracia, sagrada. Allí no atacan las fuerzas del orden, hombre. Anda, ven a merendar.
—¿Qué fuerzas, si son los ciudadanos? Que les ha mandado Trump y están entrando en masa… —mi hijo, enojado conmigo, por mi falta de entendimiento.
Y así, hasta saber que el propio ex presidente del gobierno de la Nación Más Poderosa de la Tierra, como niño en berrinche sin tregua, ha arengado a las hordas por una supuesta manipulación electoral. ¡¡América, América… del Norte o del Sur, cada vez te pareces más a lo que odias!! No cuentas con el refranero, claro, te sería de enorme ayuda. Aprende esto, Estados Unidos que tanto quise:
El que con niños se acuesta, meado se levanta.
Y, por último, me despido de ti, en tus siglas U.S.A. Lamento decirte que no me gusta nada cómo sigues utilizando tus argumentos en pro de la violencia, fuera y dentro de tus fronteras. Me temo que tardaré mucho, mucho en volverte a ver. Cuando un amigo se va….
Epílogo, en palabras de un presidente de otro color
Barack Obama (…): «La Historia recordará correctamente la violencia de hoy en el Capitolio incitada por el presidente en funciones, (…) como un momento de gran deshonor y vergüenza para nuestra nación».
Por Sonsoles Maroto