No hace falta ni leer a Borges para saber que la memoria está hecha de olvido. A menudo me pregunto quién sería yo si recordara otras cosas de mi vida; si me hubiera quedado con los momentos alegres en lugar de los traumáticos. Si pudiera existir esa máquina de Eternal sunshine of a spotless mind que borrara todas mis Clementine.
Con la memoria hacemos algo parecido a lo que hacen algunos niños con los platos de la mesa al acabar de comer, o con los papeles cuando llevamos un rato trabajando en el escritorio: los apartamos, los apilamos, se traspapelan, o los traspapelamos…
Ahora que se acerca Sant Jordi— no no, no cambio de tema— he estado pasando algo de tiempo con una buena amiga mía. Da la casualidad que, además de escribir poesía, está comenzando el viaje hacia el olvido… hacia mi memoria. Mi amiga atesora ya más de 40 años en cada pierna, y le pesan tanto que la tuve que sacar al jardín en la silla de ruedas.
Nos habíamos propuesto tener una poesía terminada, entre las dos, claro, antes de Sant Jordi, y digo entre las dos porque ella no se sentía con ánimos de escribir nada sola. Apatía senil, la llaman. Pero la conversación fue muy sencilla, algo así como escribir Funes el Memorioso pero al revés. Y buscando rimas, porque hay momentos en que algo no es poesía si no rima, encontramos sensaciones que rimaban.
El recuerdo, como la literatura, no es bidimensional, no es en blanco y negro, no es sólo algo que recuerdas u olvidas: es una cadena infinita de significados y significantes que se desencajan y vuelven a colocar como piezas de lego.
Como hay material de sobra para que le deis vueltas lo voy a dejar aquí.
Y os dejaré un par de muestras de lo que quiero decir:
—¿Sobre qué querías escribir?
—Algo de las flores, dijimos…
—La primavera.
—¿Qué rima con primavera?
—Todo—dijo—lo que le quieras poner.
—Con poner rima tejer…
—Freír.
— Pero eso no rima con primavera.
— Sí rima, porque se quedan las ventanas abiertas…
(…)
—Estamos muy bien al sol, que rima con soledad, con solera…