Brujería
TRES VOCES:
“Esperando a que me cuelguen las carnes. Esperando a que mi marido muera. Esperando la liberación. Esperando a que mis pechos se caigan deformes. Esperando a que me case. Esperando a tener un orgasmo de una hora. Esperando a echar un buen polvo que me deje las piernas temblando. Esperando a que me achuchen, ¡cojones!”
Y YO VOY AHORA:
“Esperando a que algo cambie, esperando tu llamada, esperando mi valor, esperando a dejar de esperarte, esperando no volver a barrer desiertos. Desesperándome por ti otra vez…”
“Esperando…” Lo decían todo como un mantra. Parecían realizar un conjuro, un ritual. Tres mujeres vestidas con ropa normal pero negra. Y yo espiándolas como un ratoncito desde un mullido sofá. Hablaban con voz firme y serena ante unas velitas del Ikea blancas en una sala bohemia a rabiar. A veces hablaban por turnos, a veces las tres a la vez. Me dieron ganas de sumarme a ellas diciendo “se me ha metido una mujer en los ojos, ¿puedo invocarla con vosotras?”. Yo, apartada en un rincón por el miedo de la nueva situación, me repetía a mí misma mis propios “esperando”.
Temía interrumpirlas por si las sacaba del trance. En cambio, mientras las escuchaba, miraba un cartel de “abraza a un árbol” que no sé muy bien qué sentimientos me inspiraba, e iba desarrollando mis “esperando”. Saqué mi cuaderno y el boli con la tinta anémica, apuntando en él tan peculiar y maravillosa escena. Decirlo en voz alta parecía liberador, pacífico, una buena forma de cerrar cualquier capítulo.
Lo practicaré en casa para ver si puedo dejar de esperarte de una vez.
Gracias a Tierra Trivium por abrazar mis letras.