Brevedades improvisadas: La cita

por | martes, 14 abril, 2020 | Noticias, OCULTO

una pareja apoyada en la balustrada de un puente junto a una farola al contraluz y en contrapicado sobre un cielo gris

Una semana más nos acompaña Chema Montes con sus brevedades improvisadas, en este caso nos trasladamos al momento antes de salir de casa para acudir a una cita, ¿qué es lo que sucederá? Tendréis que descubrirlo vosotros mismos.

La cita

Creo que esto es lo más triste y penoso que he hecho en toda mi vida. Esta es una de esas historias que no se cuentan ni a los colegas en noches de copas y confesiones. Que si yo me tiré a mi profesora particular cuando tenía diecisiete años, que si yo una vez le robé dinero a la compañera de habitación de mi abuela en la residencia, que si una vez probé la cocaína y acabé desnudo en la Cibeles habiendo empezado la fiesta en un pueblo de la sierra. Esas cosas se cuentan, pero lo que estoy haciendo no, es una verdadera vergüenza. Se supone que dentro de algo más de una hora tengo una cita con una compañera de trabajo, pero llevo algo así como veinte minutos en el sofá, vestido y perfectamente perfumado, quieto, mirando hacia la mirilla como si a través de ella pudiera ver el futuro y pensando que únicamente quedo con ella porque me daba corte decirle que no, que aunque me atraiga en un setenta por ciento, estoy pasando un momento jodido en la vida y no quiero relaciones de ningún tipo salvo que sean de un par de noches y un par de lo otro. Lo que más me avergüenza de todo es que si he quedado con ella es porque me he enterado de que también está pasando un momento jodido porque su novio la dejó hace un par de meses y todos sabemos que un corazón herido y macerado en el orgullo es propenso al despecho y la venganza.

Por eso me avergüenzo de mí mismo, por lo ruin y sucio de lo que pretendo hacer. Sé que lo hace mucha gente pero eso no implica que esté bien hecho. Mi madre me decía que no hiciera lo que hiciese toda la gente porque si toda la gente decidía tirarse por un puente yo sería tan idiota de tirarme también y seríamos muchos los tontos muertos para barrer. Y a veces tiendo al borreguismo, a tirar por donde tiren todos, como siguiendo a un flautista al que no veo. ¿Se puede tener una sucia pretensión y al mismo tiempo no tener excesivo remordimiento de conciencia? ¿Se puede parecer más patético que yo, que soy incapaz de salir de casa por miedo a un compromiso que a priori me daría una satisfacción pero que he adquirido bajo falsas apariencias? ¿Se puede tener tanta hambre incluso en estos momentos, tanta que estoy más deseoso de llegar al restaurante y cenar entrante, primer plato, segundo plato y un buen postre que de conversar con ella? Tengo hambre, cómo es posible que tenga hambre.

Mientras me vestía pensaba que ella querría lo mismo, es decir, joder, lo acaba de dejar con su novio con el que incluso estuvo prometida unos meses, que su relación ha durado algo así como siete años y que en todo ese tiempo, según me confesó, jamás había tenido un mísero momento de debilidad. ¿Y por qué me tuvo que contar eso? Yo solo quería tomarme un café y fumarme un cigarro y ella me tuvo que acompañar al balcón de la oficina. Y así todos los días durante semanas. Y claro, joder, pues al final tanto cigarro y tanto café pues crea cercanía, empatía, ilusiones. Y mira tú que yo sabía que era mala idea, que quizá ella, que no sé muy bien por qué se había fijado en mí, buscaba algo serio porque estaba acostumbrada a ello y que veía que yo podría dárselo. Se lo tenía que haber contado desde el principio, que no tenía la cabeza como para una relación, ni larga ni corta, que lo único que buscaba en ese momento era pasar algún que otro buen rato y poco más, algo fácil, sencillo y no para todos los públicos. Pero no pude, quizá por miedo a perder una oportunidad que veía que podía conseguir, quizá porque soy un gallina de los pies a la cabeza, quizá porque soy idiota y nunca supe lidiar con la responsabilidad. Quizá por tantos quizás que al final acepté que hoy quedásemos. Porque me lo propuso ella, para lo único que tuve valor fue para proponerle organizar una quedada con los de la oficina así como forma de evasiva porque ya sabemos que en la manada cada miembro puede esconderse, camuflarse, pasar desapercibido. Y fíjate que llevarme me llevo bien con cuatro o cinco y ella no era, hasta hoy, una de las personas de ese círculo. Pero acepté y aquí me veo. Ridículo a todas luces.

He ido al gimnasio dos horas esta mañana para definir no sé qué músculos porque creo que no tengo los mismos que tienen los que se machacan en las máquinas. Me compré un polo nuevo color verde albahaca (existe, yo también pensé que me estaban tomando el pelo) y una camisa blanca porque no sabía cómo vestirme. Ah, también un par de calzoncillos de marca, uno blanco y otro negro, he estrenado el último bote de perfume que compré en las rebajas de enero, he comido poco para no tirar al traste las dos horas de gimnasio y porque tampoco tenía hambre, me he masturbado porque sigo creyendo en esa leyenda de juventud de que si lo haces unas horas antes de tener sexo duras más. Me he puesto un acondicionador nuevo y hasta me he cortado y limado las uñas de los pies. He cambiado las sábanas porque recordé que me contó que ahora vivía con una amiga y eso es una señal clara de que vendríamos a mi piso, he puesto un ambientador en el baño, de esos de flus flus cada cierto tiempo, con olor a Nenuco que siempre da mejor rollo. He comprado fruta para llenar el frutero y que piense que me cuido, que soy un tipo sano, que no solo cultiva el exterior sino también el interior. Claro, en ese sentido, he cogido todos los libros que tengo por casa y los he puesto en la Kallax que está la lado de la tele, como para que quede claro que también leo. Algunos libros ni siquiera son míos, no los recuerdo, deben ser del anterior inquilino. Fíjate tú, me he equipado para la guerra sin querer siquiera viajar al campo de batalla. Me he preparado tanto que solo por eso tengo que ir, pero la cuestión es que no quiero, no porque ella no me guste, no sé si ya te lo he dicho, el problema es que no he sido claro con lo que quiero y me da vergüenza aprovecharme de una situación así. ¿Se puede ser más miserable? ¿Se pueden tapar las contradicciones entre sábanas recién lavadas y camuflar su hedor con ambientador de Nenuco? ¿Se puede ser más patético?

Venga, dime qué opinas, que para eso te he llamado. Los amigos estamos para eso, ¿verdad? No solo para escucharnos, sino también para darnos algún consejo. Seguro que a ti te resulta tan vergonzoso como a mí. Pero mira todo lo que he preparado que incluso he elegido el restaurante, el pub donde iremos después a tomar una copa y hasta los condones que en teoría vamos a utilizar porque he mirado en Internet y resulta que los que uso habitualmente no proporcionan una sensación de placer tan completa como los que he comprado. ¡Si hasta he planchado ropa que no va a ver porque estará dentro del armario! No hay quien me entienda, más tonto y no nazco, tengo el conocimiento justo para andar y no mearme encima. Pero lo más curioso es que en ningún momento he dudado en que acabaríamos en la cama, lo doy por hecho, pero claro, aquí viene lo del remordimiento de conciencia, lo de pensar que no sé si es lógico o lícito lo que quiero hacer, porque quiero, claro que quiero, cómo no voy a querer, pero no debo, claro que no debo, cómo voy a deber hacer algo así. ¿O quizá estoy exagerando? Dime si estoy exagerando. ¿Le estoy dando demasiada importancia? ¿Sigues ahí? Ah, vale, vale, pensé que te habías ido.

Es una cena, una copa, dar una vuelta, venir a casa si eso, hacer lo que tengamos que hacer, por la mañana se irá a su casa y el lunes cruzaremos miradas tímidas en la oficina, alguna sonrisa entre picarona y vergonzosa, esas que intenta disimular un pensamiento de arrepentimiento. Al principio será raro vernos por los pasillos, seguirá habiendo cierta tensión sexual o como sea entre nosotros, puede que incluso nos acostemos un par de veces más, no descarto que una de ellas sea en los propios servicios del curro, y ya está. Tampoco debería darle más vueltas. Pero se las doy porque si ella ha pensado otra cosa estamos jodidos. Eso me pasa por querer siempre agradar a la gente, por ser majo, simpático, pero tan poco claro, a partes iguales, tan majo y tan cabrón, porque soy un poco de las dos, de manera inconsciente, pero una mezcla de cada cosa. Y patético, porque hay que serlo para estar en esta situación. ¿No tienes pensado decirme nada? Si lo sé no te llamo, para que te quedes ahí callado…

Por cierto, nunca me había fijado en que la mirilla no es dorada, como la de la mayoría de las puertas, sino más bien plateada. Pero no plateado de ese gastado, sino un plateado hecho a propósito, con una intención de serlo, de ser plateado me refiero, no de ser una mirilla dorada porque nadie en su sano juicio desearía serlo ni en esta ni en ninguna otra vida, ¿no te parece? Además, dato curioso, en el piso hay 10 interruptores y siete enchufes, dos lámparas de techo en el salón, una en la habitación, tres focos en el baño, uno en la entrada y dos plafones en la cocina. Que por cierto, el micro está jodido, tengo que llamar al casero. ¿Lo ves? Ya desvarío, será mejor que me quede aquí, que me desvista, que coma algo porque tengo hambre, que me tome una copa o dos, que me vuelva a masturbar, que me vea una película o algunos capítulos de alguna serie que no me interese lo más mínimo y que me acueste. Pero claro, dime tú qué excusa le pongo, que sea creíble pero no tan fuerte como que han ingresado a mi padre, que sea lo suficientemente consistente pero que no parezca una locura como que justo antes de salir se ha roto una cañería y tengo que esperar a que venga el fontanero de urgencia porque no te imaginas cómo está de agua la cocina, creo que voy a tener que cambiar todos los muebles. Una excusa que sirva para no quedar hoy y que no se sienta mal por ello pero que a la vez deje la puerta abierta para quedar otra vez si no se enfada o si dejamos las cosas claras antes de eso. Una excusa que no suene a una excusa, a lo que es realmente, que me sirva para ganar algo de tiempo.

Debería haberme ido hace unos minutos, pero aquí estoy, llamándote para que me digas algo con sentido como que vaya y que sea lo que tenga que ser, que vaya y que deje las cosas claras pase después lo que pase, que no vaya y que sea lo que tenga que ser o que no vaya para dejar el lunes las cosas claras y después que pase lo que tenga que pasar. Eso son cuatro soluciones, todas fáciles de pensar pero complicadas de ejecutar, creo que no me gusta ninguna de las cuatro pero aceptaría cualquiera si, por ejemplo, lo hicieras tú por mí, siempre has sabido darme buenos consejos, prácticos, seguros, válidos, que servían para algo y no eran pura paja como la mayoría de los que recibes, como esa mierda de frases que están de moda y que se ponen en las tazas. Nadie, absolutamente nadie en un mundo de personas normales, desayuna en una taza de esas a las siete de la mañana y piensa joder, me voy a comer el mundo porque el mundo quiere que le pegue un bocado. A las siete de la mañana solo piensas en cómo volver a la cama y que el mundo no te eche de menos. No entiendo el éxito de esas cosas, no sé, piénsalo, muy jodidos tenemos que estar para llenar la casa de frases de esas en tazas y vinilos y pensar que tomamos decisiones por nosotros mismos.

¿Cómo?¿Qué dices? Hombre, que me guste o me deje de gustar creo que no es relevante del todo, claramente me atrae porque si no todo este lío no tendría sentido, pero tampoco me gusta lo suficiente para pensar en algo más. No, claro que no sé si ella piensa lo mismo, ya te lo he dicho, no sé si no me prestas atención. Ay, perdona, de verdad, me estoy poniendo nervioso y al final lo pago contigo, como siempre, encima que me quieres ayudar. Imagino que le gustaré lo suficiente como para haber aceptado quedar conmigo, cambiar su rutina de tomar café a la diez y media y retrasarlo a las once que es cuando lo tomo yo. Digo yo que será porque le hago un poco de tilín, aunque sea el suficiente. No, que va, creo que nunca habíamos hablado más de cuatro segundos hasta que se presentó en el balcón la primera vez. Claro, miraditas y eso había, pero te prometo que al principio la miraba porque, no sé si te pasa, a veces miro a las personas sin saber por qué lo hago y me quedo embobado haciéndolo, como cuando voy en el Metro y me quedo agilipollado mirando al señor que va sentado frente a mí y soy incapaz de apartar la mirada. No te rías, joder, que este tema es muy serio, te repito que debería haberme ido ya y que como espere más tiempo voy a llegar tarde. Y eso sí que no, que uno tiene sus defectos pero la puntualidad es la puntualidad.

Entonces dime qué puedo hacer. Por mí iría, tengo ganas, no te voy a engañar, mientras hablamos estaba pensando en ir e intentar desviar la conversación hacia esa dirección y dejar las cosas claras antes de los postres. Pienso que, fíjate qué tontería, que si lo hablamos en el restaurante no me montará una escena si no compartimos la misma idea, creo que lo oí en alguna película y me pareció algo realmente inteligente. Por eso creo que sí, que lo haré así. Pero claro, dime tú cómo empiezo la conversación sin que parezca que estoy desesperado por aclarar la situación, que lo estoy, y hasta pienso que ella también, pero no vaya a ser que lo plantee mal y al final me salga todo como el culo, me monte un espectáculo, tengamos que salir corriendo del restaurante, me pegue un par de gritos en la calle, se vaya corriendo diciendo que todos los tíos somos iguales, que ni le hable el lunes, ni el martes, ni tampoco el miércoles, que se acerque a mí el jueves, después de haber calculado bien el movimiento, y me diga que la he decepcionado, que pensaba que era distinto, que ya había sufrido lo suficiente y que no estaba dispuesta a volver a pasar por lo mismo, que pensaba sobre mí algo que no era en realidad pero que la culpa había sido suya por confiar en mí y por ilusionarse. Yo me quedaría callado, le diría que tiene razón y poco más, a ver qué dices tú en ese caso, pues te callas aunque sepas que no tiene la razón completa porque ninguno de los dos puso todo sobre la mesa en la negociación, pero mira, dijese lo que dijese iba a salir perdiendo, por eso es mejor que me calle. ¿Qué te parece?

Seguro que en dos o tres semanas a los dos se nos iba a pasar, a ella la ira y a mí la culpabilidad, y se acabó, pues ya está, a otra cosa. ¿No? ¿Crees que me estoy engañando para auto complacerme? Yo lo que creo es que estoy montando un palacio de la nada y no es para tanto, por eso creo que voy a ir y ya está, a ver qué pasa, malo será que salga mal el asunto. Porque vamos a ver, ella seguro que también tiene ganas de lo mismo que yo, si realmente ha terminado una relación hace poco tiempo no creo que tenga ganas de empezar otra ahora mismo y menos con un compañero de trabajo, bueno, compañero porque trabajamos en la misma empresa, pero podríamos estar meses sin vernos y no pasaría nada. Es decir, seguro que ella también quiere lo mismo que yo, simple y llanamente y poco más. ¿Qué habrá tenido una comedura de cabeza parecida a la mía? Claro, seguro, espero que sí, estoy totalmente seguro. Habrá tenido nervios, habrá pensado un par de veces en mandarme un mensaje con alguna excusa creíble para no quedar hoy pero finalmente habrá pensado que tampoco pierde nada por quedar, además, con tan poco tiempo ya no se pueden cancelar citas. Cuando faltan más o menos dos horas, salvo caso grave como muerte o un tsunami, una cita no se cancela, se va y punto y ya está, pase lo que pase. Quizá le pregunte cuántos interruptores tiene en su casa, en casa de su amiga, y si me responde que no lo sabe y se ríe, pensaré que está ahí con total convencimiento de lo que es y me relajaré. Pero si se ríe de manera tímida y me contesta una cifra exacta, e incluso me da algún detalle como que un par de esos enchufes son dobles y que el que está debajo de la cama lleva roto dos meses, te juro que me acojonaré y pensaré en trescientas maneras de desaparecer y que no lo note. Porque si me contesta eso significará que habrá vivido un día de patetismo reflexivo como el mío y habrá estado tres horas en el sofá hablando con su amiga, haciendo una lista de pros y contras, la lista definitiva, la madre de todas la listas, una lista para dominarlas a todas.

Mira, sabes qué te digo, que no me digas nada. Sé que estoy exagerando y todo eso, que estoy viendo fantasmas donde no los hay y que al final, entre adultos, seremos capaces de entendernos. Que ya bastante complicada es la vida como para complicarla un poco más. Que bastante poco margen tenemos para la improvisación y que, en este caso, improvisar y salirse de los márgenes, no es una apuesta demasiado arriesgada. No vamos a lanzar una bomba, vamos a poner a prueba nuestras fortalezas y olvidarnos, por unas horas, de nuestras debilidades. Mañana es sábado, al otro domingo, eso quiere decir que pase lo que pase hoy, la vida va a continuar tal y como estaba previsto. De vez en cuando hay que jugar, arriesgar, aunque no tengas ni idea de las reglas del juego.

Por eso, no hace falta que me digas nada. Mañana te cuento, tomamos algo por la tarde y charlamos. Gracias, sí, joder, has hecho lo más difícil, conseguir que soltase toda la mierda que llevo dentro sin un pero, ni una mal gesto, solo con un inteligente silencio. A veces no es lo que decimos sino lo que callamos, porque en nuestros silencios se encuentran más respuestas que en cualquier idiotez que vayamos a decir.

Que bastantes tonterías se escriben en las tazas como para que creamos que, en cualquier situación, la vida nos pedirá que soltemos una de esas. Lo mejor, el silencio, ese silencio, esa manera de callar y decir tanto.

El silencio es una virtud. Cállate cuando creas que más tienes que decir.

Disfruta del silencio. Vívelo. Vive en él.


Por Chema Montes

Visita nuestras redes sociales y comparte JIMENA TIERRA

Pasión por la cultura