Brevedades improvisadas: Decepción

por | lunes, 17 febrero, 2020 | Noticias, OCULTO

Esta semana tenemos el honor de celebrar una nueva incorporación a la Revista Tierra Trivium, él es Chema Montes autor de Historias de Cualquier Ventana Iluminada y nos acompañará cada dos lunes. Y su primera entrada viene fuerte con una reflexión sobre la decepción que no creo que os decepcione lo más mínimo y tras desearle lo mejor a nuestro a nuevo colaborador os dejo con Decepción.

Decepción

Porque la decepción es necesaria no deberíamos culparla de tantas cosas, de tantas decisiones que tomamos, de tantos caminos que andamos y desandamos. Porque si existe es porque tiene que existir, porque es tan vital como el hecho de respirar sin pensar en que lo hacemos. La decepción, quizá, también sea un proceso inconsciente pero necesario, un mecanismo de defensa y de autodestrucción a partes iguales con las iguales partes de ser necesaria y prescindible. Porque la decepción nos viene de serie y la necesitamos para justificarnos ante nosotros mismos que el odio y la rabia son legítimos, que la desconfianza está justificada, que la envidia, por qué no, es un sentimiento medio bueno y medio malo. Mitad y mitad, pero una totalidad en sí misma. La decepción también lo es. Un parte completa dentro de un mar de individualidades. Una de las partes más completas de nosotros mismos.

Porque la decepción nace de nuestros propios sentimientos, deberíamos dedicarle más tiempo de reflexión. Abrazarla más de vez en cuando, pasear con ella por el Retiro un domingo por la tarde. Porque a la decepción le sientan bien los tintes de nostalgia de una tarde de domingo, esas tardes en las que una sensación bucólica nos domina. Y aparece la decepción para decirnos que nada es lo que nos creímos, que deberíamos cambiar las cosas aunque no sepamos cómo hacerlo o el porqué. Por eso, el grado de intensidad en sus mensajes nos hace retroceder y plantearnos si somos tan valientes como pensamos, si somos capaces de hacer todo lo que imaginamos cuando en mitad de la noche no conseguimos conciliar el sueño. La decepción nace de las miles de expectativas que tenemos sobre todo y que nos obligamos a no tener. Por eso la decepción se hace fuerte en las trincheras de nuestra mente, de tu mente, porque quizá tenemos demasiadas expectativas. Sobre todos. Sobre la vida. Sobre nosotros. Sobre todo.

Porque la decepción la cultivamos como a un jardín que regamos cada día, aunque no seamos conscientes. Porque la decepción es un fado que sabemos de carrerilla, un poema que recitamos sin respirar, una receta que hacemos sin mirar el papel. Es como montar en bici, que no se olvida. Es como cuando aprendes a nadar sin manguitos y quieres tirarte a la piscina todo el rato. Como cuando pruebas los besos por primera vez y no te imaginas un segundo sin hacerlo. Porque eso es la decepción, algo que nos ahoga pero que necesitamos, como el trabajo, como las responsabilidades, como hacerte mayor y darte cuenta de que tienes que ser responsable de cosas que de niño nadie te dijo. Quizá, entonces la decepción sea eso, simplemente, dejar de ser un niño. Crecer. Ser consciente. Tener miedo. Perder la inocencia.

Porque la decepción te impide pasar página, te obliga a leerla una y otra vez, como una venganza literaria. La decepción te impide avanzar porque te ata a los recuerdos, al pasado. Es esa nota de voz de WhatsApp que sabes que no deberías volver a escuchar pero que no eliminas. La decepción es un retroceso porque no te deja ver lo que tienes frente a ti, porque te obliga a comerte la cabeza con lo que ya pasó, a agobiarte pensado que lo que vendrá será lo mismo (o peor) que lo que vino, aquello de lo que querías huir de una vez por todas y la decepción no te deja. Pero, no sé si te habrás parado a pensar, que si no te deja es por un motivo, por una razón. Quizá solo la sepa ella y quizá jamás la conozca, pero tiene un plan bien trazado y, quizá, todo tenga un sentido.

Porque la decepción ni es tonta ni es mala gente. Simplemente es, simplemente se muestra visible cuando cree que la necesitas. Al final va a resultar que sabe lo que se hace. Porque ella siempre está ahí, en cada rincón, te acompaña, aunque tú no la veas. Que, ¿sientes su presencia? ¿Sientes que alguien te acompaña cuando te sientas a pensar en algo? Y tú sin saber que era ella, que es su perfume el que hueles, que es su voz la que te mantiene alerta. Es ella. Y tú creyendo que todo el mérito es tuyo.

Porque de la decepción no puedes alejarte. Es como el recuerdo de aquel amor de verano que te parecía eterno y duró dos semanas. Fue breve pero intenso, pero aún lo llevas puesto. Así es la decepción, te aguijonea durante unos segundos inoculándote ese sentimiento de que todo es gris y nuboso. Es un golpe rápido y seco. Incoloro e indoloro, como aquel primer beso, que no te supo a nada y se te hizo corto. Pero se te ha quedado dentro y, de alguna manera, ha condicionado los demás. Como el picotazo que te da la decepción cuando quiere ponerte la zancadilla, que condiciona cualquier decisión que después quieras tomar.

Porque no te has planteado qué sería de ti sin la decepción, a la que tanto la detestas y culpas de tus males. Ella aparece porque tú la llamas, porque la invocas, porque la necesitas. Porque te basas en lo que te hace sentir cuando rememoras. Porque sabes que existe ese estrecho vínculo entre recuerdo y decepción, incluso cuando el recuerdo sea bueno. Porque si es bueno, ¿por qué es un recuerdo y no algo que sigue vivo? En ese momento, aparece ella. La decepción.

Porque la decepción es un laberinto y a ti te gusta perderte en él, aunque conozcas las salidas, los recovecos, los atajos. Porque te enfada que no puedas culpar a nadie que no seas tú quien decide sobre lo que pasa por tu cabeza. Te gritas a ti diciéndote que es la decepción la que no te deja avanzar, pero ella no tiene (o al menos no al cien por cien) la culpa de tus fracasos. Vives sin fantasía porque la decepción te obliga a que así sea, a que veas almas negras en la gente, a que veas oscuridad detrás de cada sonrisa, a que los caramelos te sepan todos a menta. Vives con una absoluta falta de fantasía porque crees que ningún caballo es el ganador, que ninguna apuesta te dará beneficios, que ningún andamio es seguro. Crees que te caerás siempre que bajes las escaleras porque una vez te tropezaste y te decepcionaste. Pero tropezarse no es tan malo. Simplemente es un tropiezo.

Porque la decepción es bidireccional y seguramente tú seas la de alguien. Porque seguramente tú seas quien hizo caer alguna vez, quien hizo la zancadilla, quien tuvo el alma oscura, quien regalaba caramelos de menta, quien echaba sal en las heridas. Causaste lágrimas y dolor, fuego interno. Lo mismo que cada decepción causa en ti. Fuiste y serás la decepción de alguien porque tienes demasiadas decepciones en ti como para no compartirlas. Si te han puteado, ¿por qué no hacer lo mismo?

Porque cuentan que, a veces, se puede observar a la decepción deambulando por las calles, con la mirada perdida, sin un hálito de voz ni un gramo de sonrisa, dándole patadas a las latas y a los papeles que habitan en el suelo. Con las manos en los bolsillos, con un caminar perezoso y torpe. Perdiéndose entre callejones y dejando pasar el día sentada en cualquier banco. Y es así porque quizá no tenga, realmente, un lugar al que ir.

Será porque la decepción es un estado permanente de transitoria lucidez en el que encuentras una incómoda tranquilidad, en el que te dejas llevar por una tempestad a la que te abandonas, una soledad acompañada hecha de retazos, de pedazos, de telas a medio cortar, de bocados a medio dar, de sueños soñados en duermevela. La decepción son muchas cosas y una sola, tu decepción te parece una montaña pero es una cordillera. Quizá no sepas de lo que hablo, pero de tu decepción no podrás librarte por muy alto que subas, por muchos horizontes que alcances ni por todas las vueltas que des al mundo. Ella siempre irá un paso por delante porque siempre estará esperando a que tú llegues.

Será entonces que la decepción es uno de los amores de tu vida, una de esas manchas de nacimiento pero sin forma graciosa, como un tic, como característica física que te define. Quizá no se deje ver a simple vista pero es fácilmente reconocible quién la lleva puesta. Eres más transparente de lo que piensas y, claramente, se te nota.

Pero como te digo, quizá la decepción no sea mala del todo, porque tiene esa función reparadora de recordarnos que algo no fue del todo bien y que, posiblemente, algo pueda no ir bien. La decepción es como el Post-It que tienes en la nevera; sabes que tienes que ir a comprar leche, pero lo vas dejando pasar hasta que una mañana solo puedes desayunar media taza. Pues con la decepción te pasa lo mismo; sabes que está ahí pero prefieres ignorarla hasta que un día te devuelve tu descuido a base de manotazos. Y diciéndote que ya lo advertía pero tú, ay de ti, pasando de ella.

Por eso quizá sea mejor que pienses que, por mucho optimismo en el que quieras vivir, por muchas frases de autoayuda que leas y copies en tus estados de redes sociales, por muchos consejos que pidas y desoigas, al final será ella, la decepción vivida, la que te ayudará a tomar ciertas decisiones. Porque será para ti como la mejor muleta sobre la que apoyarte cuando te cueste caminar.

Tiene la decepción esa mirada de quien lo ha visto todo. Tiene esas manos recias de quien ha tenido que buscar diamantes entre los escombros. Tiene la voz rasgada de quien ha tenido que gritar mucho, y muy fuerte, para que alguien oyera sus pedidos de auxilio. Tiene las piernas esculpidas de quien no ha dejado de caminar nunca, persiguiendo, escalando, tropezando. Huele a lo que es, sin más, como los bebés o el buen café, no engaña. Ni en eso ni en nada. Es lo que es. Sin más.

Porque decepción es echar de menos y de más al mismo tiempo. Es ira y rabia. Es no encontrar tu sitio, no sentirse del lugar en el que vives, sentirse lejos de tu verdadero hogar. Es mirar por la ventana y que no te agrade el paisaje, es que te moleste el ruido de las calles, las voces de la gente, que no te gusten los bares de siempre ni te sientas parte del mundo en el que vives. Es echar de menos, la decepción, una vida que pasó y que quizá no vuelva porque no sabes cómo volver a ella.

La decepción es abandono. La decepción es llorar sin consuelo ni motivo. Es tener muchas cosas en la cabeza y que te sobren todas. La decepción es la ausencia de limpieza mental, la ausencia de rincones para pensar en algo distinto a ella. Es la bombilla rota en la peor decisión posible. Es tener algo cerca y no verlo, y perderlo por verlo lejano. Es el proceso de reflexión interna al que nos aterra enfrentarnos porque no queremos saber las respuestas. La decepción es saber que todo se acaba y que hay cosas que, sin empezar, también. Es una metáfora, aunque no sepamos bien de qué.

Resulta que la decepción es lo que cada mañana ves ante el espejo. Es querer marcharte y que existan cadenas. Es querer desaparecer pero saber que debe estar presente. Es tener que sonreír porque la gente se ha acostumbrado a tu sonrisa. Que nadie te pregunte cómo estás, que nadie recuerde tus gustos, que nadie te devuelva lo que das. La decepción son, como te dije, muchas cosas. Quizá demasiadas. Quizá no las suficientes.

Es querer ser tú pero que a nadie le importe.

Es querer dormir y que te obliguen a estar despierto.


Por Chema Montes

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