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Como este mes de enero no puede terminar de una forma tranquila, nuestra autora del mes es Mari Carmen Sinti, autora de Sudor Frío finalista de la última edición del festival Cubelles Noir, y que nos ha hecho el honor de componer una pequeña historia negra para nosotros.
Mari Carmen Sinti
Gaditana de nacimiento. Finaliza sus estudios en Badalona tras recorrer diferentes ciudades durante su niñez.
Se licencia en la Escola Universitària d’Hoteleria i Turisme CETT-UB de Barcelona.
En 2012 funda un foro de lectura que la permite estar al día de las últimas novedades.
Desde 2017 compagina su profesión con la dirección del programa radiofónico Lletres i musica cada sábado en Radio Sant Cugat.
En 2019 ve la luz su primera novela Sudor Frío (EPUB) de la mano de Grupo Tierra Trivium.
Además ha participado en varias antologías de relatos de género negro y erótico. Y de vez cuando publica reseñas en Moon Magazine.
Una vez que hemos conocido un poco más a Sinti y recomendando os escuchar su programa semanal en Radio Sant Cugat pasamos a cederle la palabra con su relato
Y como no podía ser de otra manera, nos trae un relato de tintes negros del que solo podemos decir que es inédito ya que una palabra de más puede ser fatal, por lo que con todos vosotros Contra-tiempo de Mari Carmen Sinti, una verdadera joya.
Contra-tiempo
Se despertó con una extraña sensación de déjà vu. A oscuras, intentó recordar dónde se encontraba. Lo primero que advirtió es que estaba sentado. No percibía nada conocido, ni el olor de su habitación, ni el tacto de sus sábanas. Tardó apenas unos segundos en darse cuenta de que aquella tela no era la ropa de su cama. Ni siquiera era una cama.
Entornó los ojos para que se acostumbraran a la oscuridad. Perfiles irreconocibles empezaron a tomar forma a su alrededor. Distinguió una pintura abstracta que jamás habría puesto en una de sus paredes. Por cierto, a aquella le faltaba una mano de pintura, o más de una, algo que la diferenciaba a todas luces de su casa, cuyas paredes eran de madera.
¿Y cómo sabía todo eso si no recordaba dónde estaba ni qué hacía allí? No se cuestionó más ese misterio y se centró en otro mucho más preocupante: ¿quién era él? Empezó a notar que la ansiedad le secaba la garganta. Por más que intentaba concentrarse, retazos de recuerdos se le diluían entre los dedos sin llegar a juntarse. Y, sin embargo, todas esas sensaciones le sonaban, le parecían tan familiares que casi adivinaba qué iba a venir después de cada una de ellas.
Volvió a cerrar los ojos, respiró profundamente un par de veces e intentó sosegarse. Cuando el corazón dejó de martillearle el pecho por dentro, volvió a abrirlos y empezó a analizarlo todo. Un recorrido en torno a sí mismo le ratificó en que aquella no era su habitación, ni siquiera su casa. No la conocía, si bien una punzada en lo más profundo de su mente le avisaba de que algo se le estaba escapando.
Desistiendo de ubicar el lugar, pasó a preguntarse qué estaba haciendo él allí, sentado frente a una puerta cerrada, en una estancia desconocida y con… fue en aquel preciso instante en el que se dio cuenta de que sostenía algo en la mano. Miró a la oscuridad que había entre sus piernas y supo, antes de visualizarla, que era una pistola. Una Beretta con silenciador. Tampoco supo responderse por qué lo sabía, pero lo sabía, tan solo por el tacto.
La punzada anterior se hizo más grande, apremiándole a recordar antes de que fuese demasiado tarde. ¿Demasiado tarde para qué? Frente al desconcierto inicial, notaba una pequeña tranquilidad minúscula, como cuando algo lo hemos hecho tantas veces que nos dejamos llevar por el instinto de lo aprendido.
Podría levantarse de aquel sillón orejero y registrar la habitación, pero su intuición le decía que no se moviera, ni un centímetro. Y, sobre todo, que no hiciera ruido. Empezó a sentir una apremiante idea de urgencia, de necesidad, de alerta, quizás provocada por un ruido que le había llegado del exterior. Se esforzó por acordarse de quién era y qué tenía que hacer. ¡Ya!
Justo en el momento en que la puerta que tenía frente a él se abrió y una figura se recortó ante la luz del pasillo, recordó varias cosas, una detrás de la otra. Supo cómo se llamaba, supo a qué se dedicaba y por qué estaba allí, precisamente en aquella casa. Supo a quién había venido a matar. Supo que hacía tiempo que sospechaba que su maldita «amnesia total transitoria» le estaba incapacitando para recibir encargos de ese tipo y que su preparación de años no le iba a servir de mucho.
En aquel último minuto, mientras una bala de Glock se adelantaba a cualquiera de sus movimientos e impactaba en su frente, el conjunto encajó como si pusiera la última pieza del rompecabezas.
Cuando por fin todo estaba claro, sobrevino de nuevo la oscuridad, esta vez irremediablemente intensa. Una oscuridad que no le recordaba a nada anterior. Aquella que no había vivido nunca antes. Era la primera y única vez.
Por Mari Carmen Sinti