Esta semana Rosa María Mateos nos trae una historia de pillos con un final que seguro que os saca una sonrisa, tan caras estos tiempos. Así que sin más preámbulos os dejo con este par de granujas, eso si vigilar vuestras pertenencias no vaya a ser que os desaparezca algo importante.
Un par de granujas
Las mujeres de los hermanos Dalton dieron a luz el mismo día, y a la misma hora, a dos varones sanos y hermosos. No tuvieron otra ocurrencia que ponerles también el mismo nombre: George, en honor al rey anterior, que les había enviado un saco de trigo en los malos tiempos de la postguerra. George & George se criaron bajo las enseñanzas de sus hermanos mayores, unos rateros de poca monta que adiestraron a los pequeños para colarse por los butrones y robar la mercancía a la velocidad de un rayo.
Aquella mañana de domingo, los mini Dalton decidieron hacer la guerra por su cuenta. Escucharon un gran alboroto en el parque y se encaminaron entre la multitud hacia la rosaleda. Sobre un escenario adornado con guirnaldas, dos señoras muy cursis atendían el discurso de un caballero que se dirigía al público en un inglés incomprensible, demasiado fino para los dos granujas. Las damas, una más joven que la otra, tenían el dedo meñique levantado sobre los reposabrazos y unos ridículos sombreros encajados en la nuca a modo de casquete polar. Los Dalton, con la visión de un lince, localizaron los bolsos apoyados en la pata del sillón. ¡Esta es la nuestra! Dijeron.
Como un par de lagartijas, los primos se arrastraron por las tablas hasta llegar a los pies de las señoras; agarraron los bolsos y salieron disparados. Nadie se percató del hurto, porque una de las relamidas, la más joven, se levantó en ese momento para saludar a un público enloquecido.
George & George volvieron al barrio con el botín. No había ni un solo penique dentro, nada de valor, tan solo un papel doblado en cada bolso que ninguno de los dos sabía leer. Dedicaron el resto de la mañana a jugar por las calles, emulando ser dos amigas muy finolis que salían a tomar el té por Oxford Street. La señora Dalton y la señora Dalton, dos damas de la aristocracia inglesa con la cara llena de churretes y más remiendos que la capa de un fraile.
Después de comer, los niños cayeron rendidos. Una de las madres abrió el primer bolso y encontró una foto de Gary Cooper con una dedicatoria manuscrita que decía: to Elisabeth, with all my love, y un ridículo corazón dibujado al dorso. La segunda madre hizo otro tanto y halló una curiosa receta para preparar la mermelada de naranja con un buen chorreón de ginebra.
Mientras los dos primos dormían a pierna suelta, la Reina recorría muy nerviosa los pasillos de Buckingham. Había perdido el pequeño bolso con la foto de su amado en el interior. Si la comprometida dedicatoria llegaba a manos de la prensa, correrían ríos de tinta.
La Reina madre andaba más tranquila; se había tomado su cuarto lingotazo de ginebra cuando recordó que tenía que llamar a lady Orange para pedirle otra vez la receta de la mermelada.
Por Rosa María Mateos.
Fotografía: ©Alina Holohan