37º Latitud Norte: Tempestad sobre el escenario

Esta semana Rosa María Mateos nos lleva al teatro a ver una obra muy especial que seguro que os gusta.

Tempestad sobre el escenario

La compañía de teatro Maravillas era un auténtico guirigay. La actriz que hacía de Bernarda Alba, en la función de las ocho, estaba liada con el actor que encarnaba a don Juan Tenorio, en la función de las diez; la señora Abadesa de las Calatravas se entendía con Pepe el Romano, y entre doña Inés, la Poncia y las hijas de Bernarda Alba existía una relación abierta que ahora se conoce como «poliamor». El aroma pasional se podía respirar en los camerinos, donde proliferaban los besos de tornillo, los tocamientos pecaminosos, pellizcos en el trasero y una variedad de gestos y guiños en todas las direcciones. El director de la compañía se dejó influenciar por tanto delirio amoroso y comenzó a desvariar mezclando las dos obras al mismo tiempo.

Bernarda: Las mujeres en la iglesia no deben mirar a más hombre que
al oficiante, y a ése porque tiene faldas.
Don Juan:  ¡Oh! Sí, bellísima Inés
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es

Unió a Lorca y Zorrilla con tal desenvoltura que los espectadores, en vez de protestar por el disparate, aplaudieron la osadía. El dueño del teatro prolongó varios meses el contrato y el patio de butacas se fue llenando — noche tras noche— desde las primeras filas de la platea hasta las últimas de los palcos. Los críticos dedicaron páginas de tinta a esta nueva forma de hacer teatro y la compañía Maravillas comenzó a salir en los suplementos culturales del domingo, con el reparto ataviado con ropa de postín y recitando banalidades a tutiplén.

Pero esta harmonía no tardó en resquebrajarse. Bernarda Alba empezó a verse en secreto con el padre de doña Inés, con el que retozaba a escondidas en el foso de la orquesta. La señora Abadesa se dejó seducir por uno de los tramoyistas, abandonando a Pepe el romano con una brevísima carta manuscrita: «id con Dios». En el grupo poliamoroso prendieron los celos, las revanchas y las envidias. Las puertas de los camerinos se cerraron con pestillos y entre bambalinas se escuchaban gritos, llantos e improperios. La chispa de la discordia prendió también en el espectáculo: los actores tomaron la iniciativa de modificar el guión a su antojo, colocando los versos y las frases más mordaces a destiempo.

Bernarda
Alba: ¡Qué pobreza la mía no tener un
rayo entre los dedos!
Don Juan:  ¡Por Satanás,
amor insano,
que no sé cómo he tenido
calma para haberte oído
sin asentarte la mano!

Todo estalló la noche que se esperaba a las autoridades en el palco. Nada más levantar el telón comenzó una batalla campal sobre el escenario. Hubo palos, zancadillas, tirones de pelos, puñetazos, collejas a dos manos y patadas con acrobacia. La Poncia perdió un par de dientes en la contienda y el Tenorio recibió un mordisco en la oreja de tal calibre, que dejó un reguero de sangre por el entablado. Las hijas de Bernarda Alba se arremangaron los vestidos negros hasta la cintura y comenzaron a soltar sopapos a diestro y siniestro. Para rematar, doña Inés se quitó la cofia de novicia y arrancó parte del escenario para estrellarlo contra el apuntador, que estaba intentando poner algo de calma desde la escotilla.

El director ya no estaba cuando sonó la ovación, ni fue testigo de los veinticinco minutos de gloria con el público en pie. Tampoco posó ante las cámaras con los representantes de la cultura, que se pavonearon de un país a la vanguardia. Al presenciar el cuarto zurriagazo, Agustín Valeriana tomó la decisión de regresar a la empresa familiar de colchones y almohadas «La Dormilona», que su padre había preservado con una dedicación enfermiza. Salió del teatro con lo puesto, dejando la petaca de orujo en una esquina del telón y los sueños de literato entre bastidores. En el tren reafirmó su iniciativa. Había representado a los más grandes, desde Calderón a Chejov, pasando por Lope y Molière. No quería pasar a la historia como el impulsor del reality show sobre el escenario.

No, de ninguna manera.

Y con el chacachá del tren, pensando cómo encaminar su vida buscando acomodo a los sueños de los demás, le salió la vena de dramaturgo. Saltó de un bote al pasillo, se agarró a los laterales del vagón y se puso a declamar como un poseso:

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Por Rosa María Mateos

Un comentario en «37º Latitud Norte: Tempestad sobre el escenario»

elparriuncamaleoncurioso

Magnifica entrada; me trae a la memoria a C. Arniches en su sainete .AQUI NADIE SE ENTIENDE-
Colosal entrada, mi aplauso.

3 diciembre, 2019 a las 9:15 pm

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