En este fin de semana marcado por la celebraciones de Todos los Santos, María Mateos en su sección 37º Latitud Norte nos trae desde México su relato Ronda de Muertos.
Ronda de Muertos
Doña Lola es una mujer alta, lozana y guapetona de nacimiento. Tiene planta de actriz de los años cuarenta y los hombres le silban a su paso por ese caminar ceremonioso que lleva a ritmo de sandunga. Peca la señora de mucho carácter y dice las cosas como le vienen, sin un ápice de diplomacia. Fuma cigarrillos de tabaco negro sin filtro y se queja de un dolor punzante en el pecho que atribuye al libertinaje de los nervios. Va siempre bien peripuesta, con ropa de moda ajustada y zapatos de medio tacón. En los aderezos abusa de los dorados y las lentejuelas y lleva el pelo recogido en un moño bajo adornado con flores de tamarindo.
Novios y enamorados nunca le han faltado porque doña Lola es una hembra de armas tomar. El pobre Don Agustín la estuvo cortejando durante casi una década sin resultado alguno. Día tras día se pasaba a rondarla con un ramillete de jazmines y tallaba para ella cajitas de madera donde le decía, guardaba su corazón. Doña Lola no sucumbió a las atenciones de su pretendiente, que fueron muchas, y el pobre enamorado fue apagando día a día su fuego de galán hasta que se marchó de la ciudad. Cuentan que vaga como un espíritu triste por Aguascalientes, vendiendo pequeñas cajas de madera a los turistas reumáticos que van a tomar las aguas.
Doña Lola vive en la casita de los aguacates, la única del vecindario que no sufrió un solo desperfecto durante el terremoto de 1985. Los cimientos estaban construidos con los mástiles de una goleta inglesa, hundida frente a las costas de Veracruz, y las ondas sísmicas movieron los cimientos de la misma manera que un barco navega sobre las olas. Pero la semana pasada, la señora salió a fisgonear un casamiento en el Santuario de la Virgen de los Remedios; le gustaba arreglarse para ceremonias a las que no había sido invitada. Las cúpulas se desplomaron con la nueva sacudida sísmica en el momento justo que la cotilla se ajustaba las medias en la puerta de la iglesia.
La sobrinada le ha levantado un altarcito en el Día de los Muertos, con platos de frijoles de olla, tamales de cordero y el tradicional pan dulce de anís con canela. Don Agustín llegó del norte con una botella de tequila añejo y el repertorio completo de Juan Gabriel, para bailar soñando un agarradito con la muerta. El viejo había labrado para su amada todas las flores del trópico en un baúl de madera de sándalo, para que pueda guardar desde el otro mundo el tabaco de liar y las numerosas cartas que tiene pensado escribirle.
Desde el más allá, la mexicana decide que ha llegado el momento de corresponder a su amartelado artesano.
Ahora será ella quien irá a rondarle durante la noche.
Por Rosa María Mateos