37º Latitud Norte: Orgasmo en Mi bemol

por | domingo, 12 julio, 2020 | 37º Latitud Norte, Noticias, OCULTO

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En este domingo veraniego Rosa María Mateos nos trae una peculiar interpretación de un Nocturno de Chopin, para demostrar que la música clásica a veces no amansa a las fieras. Y sin más preámbulos os dejo con Orgasmo en Mi bemol (Nocturno de Chopin) para que disfrutéis tranquilamente de la historia y por si queréis leer la historia con su banda sonora os recomiendo mirar al final del texto.

ORGASMO EN MI BEMOL

(Nocturno de Chopin)

Acabo de despachar con el casero de Frédéric, cumpliendo así su encargo de liquidar los meses venideros mientras él peregrina por los nobles salones de Viena. He decidido quedarme un rato más, atreviéndome por primera vez en mi vida a violar la intimidad de un hombre. Esta vieja casita guarda muchos recuerdos de nuestra familia; identifico detalles y objetos que me transportan a nuestra infancia en Varsovia, cuando la tía Justyna nos daba las primeras lecciones de piano. Me atrevo un poco más y entro al dormitorio de mi primo. Su vieja levita está colgada detrás de la puerta y me dispongo a recoger los botines dispersos por la tarima. Al ordenarle la ropa soy consciente de la delgadez de su porte y de la fragilidad de su alma. A pesar de su juventud, él siempre vive en un continuo abrazo anticipado con la muerte.

Subo despacio la escalera de madera y me sorprende la pequeña amplitud de la sala donde se encuentra el gran piano de concierto. Mi atuendo de joven dama respetable no se ajusta al momento, así que me desprendo del abrigo, del sombrero y de los guantes de encaje, aceptando así la decisión de mis propios reflejos.

Sobre el piano se encuentra el manuscrito. Cae la noche parisina y enciendo las velas. La cubierta es de piel con tapas duras y tiene grabado en oro la palabra Nocturnes. En su interior hay decenas de partituras con correcciones y tachaduras que enmarañan el pentagrama. Mi formación musical me permite elucidar al momento que estoy frente a algo magistral, y voy de una partitura a otra tarareando las notas, a medida que mi cuerpo se va predisponiendo para algo que aún desconozco.

Encuentro la partitura pasada a limpio, definitiva, donde el tempo indicado es un tranquilo andante. Desprendo las horquillas del recogido para dejar que mi cabello tome el aire de la noche. Libero también la presión de la falda y del corsé. Descubro a una mujer desconocida cuando lanzo los zapatos al aire. Desenvuelta, acerco la banqueta al piano colocando la partitura en el atril.

La nostalgia se apodera de mi en la primera parte. Aparece el esplendor del otoño en las riberas del río Wisla, con el rojo intenso de las hojas de los robles y el olor de la tierra después de la lluvia. A medida que avanza la melodía, los compases me llevan hacia la ausencia, una especie de dolor físico por todas aquellas palabras que nadie me ha dicho y por todas las caricias que aún nadie me ha dado. El Nocturno fluye, embriaga; va tomando fuerza a medida que mis dedos presionan las teclas.

La tercera parte es el abandono. Percibo como una primicia los fluidos que contiene mi cuerpo; esa punzada en el interior que asciende contra todas las leyes de la física. La música se acelera. Ha llegado el cénit de la pieza y el apogeo de mi propio arpegio, para dejarnos morir en la suave lentitud del inicio.

Senza tempo.

Cuando cierro la puerta y dejo la llave en el cobertizo, no tengo la menor duda de que soy otra mujer.

* Nocturno en Mi Bemol Mayor Op.9 nº 2. de Chopin

Nota: Frédéric Chopin tenía 23 años cuando compuso este Nocturno en su pequeña casa de París. Corría el año 1833.


Por Rosa María Mateos

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