En este segundo domingo de cuarentena Rosa María Mateos nos trae una nueva historia para alegrarnos el día. ¿Quién no ha pensado alguna vez que esa estatua te está siguiendo con la mirada? Con esta mínima pincelada de la historia de Rosa María Mateos os dejo en sus manos.
Los Atlantes de Miraflores
Los atlantes del Palacio de Miraflores, donde ahora tiene la sede una prestigiosa agencia de modelos, han sido condenados por el juez Chinchurreta a siete meses de cárcel y tres años de trabajos sociales. La sentencia especifica que el fallo se debe a la «invasión perpetuada del espacio privado sin ánimo de arrepentimiento». En el barrio, los atlantes tienen fama de cotillas y chivatos, además de mirones y salidos. A los muy libertinos no se les escapa una prueba de vestuario.
A lo largo de sus más de 100 años de vida, Tarsis y Oricalco -los atlantes de Miraflores- han destruido familias, matrimonios y puesto en jaque la seguridad de algunos países. El palacio fue ocupado anteriormente por la embajada de Grecia. Los turcos tardaron un suspiro en conocer los planes de avanzadilla de la flota griega sobre el mar Egeo.
—Traidores a la patria —dijo el embajador.
Se han chivado también de todas las infidelidades de diplomáticos, señoras de postín, mayordomos, amas de llave y modistos, porque el palacio de Miraflores viene siendo -desde que se levantó- un lugar de vicio y libertinaje.
Tarsis y Oricalco han decidido recurrir la sentencia. Aducen tener movilidad reducida e imposibilidad de escapatoria. Las cariátides de los edificios de la Gran Vía se han unido a la causa y están recopilando firmas por todas las cornisas de la ciudad para que indulten a los compañeros. Amenazan con una huelga de brazos caídos, a ver quién sostiene las balconadas.
El juez Chinchurreta, famoso por aplicar la ley al pie de la letra, está pensando una acusación extendida a todos los dioses y diosas del Olimpo, con el agravante de escándalo público por poses lujuriosas y falta de ropa.
Tras la sentencia definitiva, los viejos edificios de la ciudad se desplomaron al unísono con un estruendo ronco, apocalíptico. El edificio más afectado fue el Juzgado de Instrucción nº3, en cuya planta tercera tenía su despacho el juez Chinchurreta, que cayó al vacío derecho como una vara de laurel y con el Código civil aferrado entre sus manos.
Por Rosa María Mateos