Tras la cadena de mujeres de ayer rodeando Madrid con la que se dio inicio a los actos por el 8 de marzo, Rosa María Mateos nos trae una historia con unos personajes que son más reales y comunes de lo que nos gustaría. Disfrutar de la liberación de Mari Pili.
Liberación femenina
Mari Pili Mepiro entró en su casa con las llaves en la boca y empujando como pudo la puerta con el culillo. Llevaba las dos manos ocupadas con las bolsas de la compra y los encargos varios de la tintorería. Llegaba tarde a comer, tras una dura jornada bregando con los documentos de su jefe; el hombre tenía la manía de autoescribirse informes para sentirse importante. Lo peor de todo es que luego se contestaba. La jornada laboral de Mari Pili consistía en redactar y archivar esta peculiar y fructífera relación epistolar.
Su marido leía tranquilamente el Marca en el sillón y la saludó con uno de sus tradicionales levantamientos de cabeza. ¿En qué momento a este buen hombre no le diagnosticaron un trastorno del espectro autista? Se preguntó Mari Pili. Los hijos, que entre los tres sumaban ya medio siglo, esperaban a su madre muertos de hambre sentados a la mesa, quemando los móviles con los pulgares.
Ninguno la miró a los ojos.
Nadie había puesto la mesa ni el puchero a calentar.
Ella se cambió de ropa, agarró los ahorros escondidos bajo la baldosa y se piró por la ventana del cuarto de baño sin hacer un solo ruido. Tuvo tiempo de dejar una breve nota manuscrita sobre la olla de albóndigas:
No me busquéis
Por Rosa María Mateos