Esta semana Rosa María Mateos se nos va de Odisea, ¿les tentará la aventura a Aquiles y Homero? para saberlo no os queda otra que leer La Odisea en la versión de Rosa María Mateos. Disfrutar de esta pequeña joya con la que olvidarnos un rato de nuestro distópico presente.
La Odisea
Los hermanos Aquiles y Homero esperan cada tarde la llegada del vapor procedente del Golfo Sarónico, donde el Pireo se abre al mar para que uno pueda elegir entre el averno o el paraíso. Ellos optaron por el paraíso, de forma azarosa, al nacer en este rincón del Egeo que surgió de los rugidos de un volcán prehistórico.
En la Atlántida perdida de Platón, los dos pescadores madrugan para encontrar a los pulpos aún adormilados entre las aguas sulfurosas. Desde la barca de madera, lanzan la potera para atrapar los calamares y, mientras pican, repasan los cantos de la Odisea. Cuando eran niños, recibieron el libro de un marino sardo al que ayudaron a desencallar la barca varada entre los roquedales.
Una vez vendida la pesca, se encaraman a la misma boca del volcán con la burra Corinta, y trepan hasta llegar a la casita encalada que cuelga del acantilado. En las Cícladas, los tejados se enrasan con el mar en una línea continua de añiles y las casas se visten con un traje blanco de novia. Ellos tienen además una pequeña torre pintada de amarillo, que hace las veces de faro durante el día.
Los hermanos Papadopoulos se han hecho famosos en todos los puertos del Egeo, desde el estrecho de los Dardanelos hasta las orillas de Creta. Ganaron el concurso radiofónico nacional sobre mitología griega y arrasaron con sus conocimientos sobre las grandes gestas y los grandes héroes de la antigüedad. El premio es una sorpresa que llegará cualquier tarde en el vapor de las seis, cuando el sol comienza la desescalada y las corrientes marinas arrastran los barcos tierra adentro. Frente a la bocana del puerto apuran el café, mientras sueñan con arreglar la barca y renovar las redes y aparejos, que no han conocido remiendo desde los tiempos del imperio otomano.
Por fin, un sábado de primavera llega el séquito radiofónico, con la bella Penélope, melena al viento, subida a unos tacones de 20 centímetros. Improvisan un escenario sobre la dársena para retransmitir en directo la deliberación del premio. No queda ni un alma en sus casas; han venidos de todos los rincones de Santorini para arropar a los paisanos y, de camino, disfrutar de los encantos de la presentadora. Con un repique de tambores, la bella Penélope comunica a la audiencia que Aquiles y Homero han ganado un viaje que rememorará la estela de Ulises. Comenzará en Troya, con el solsticio de verano, y finalizará en Ítaca un mes después con el solemne recibimiento de las autoridades. Los hermanos se miran y niegan con la cabeza. No hay una sola razón en la Tierra que les anime a aventurarse a una odisea de tal calibre. Ellos conocen mejor que nadie los peligros del inframundo y de ninguna manera se dejarán engatusar por cíclopes, musas y cantos de sirenas.
Desesperada, la reina de los mares les acerca el micrófono para que expliquen las razones de tan sorprendente negativa.
—No nos queremos dejar engañar por la realidad —responden al unísono.
Como cualquier otra mañana, los hermanos Papadopoulos bajan al puerto donde tienen preparadas las poteras con los cebos. La burra Corinta, amarrada en el muelle, ve cómo se aleja el barco que lleva de vuelta a la bella Penélope. Le dedica un sonoro roznido de despedida. La estrella mediática se alegra de dejar atrás esa condenada cárcel de lava. Con un vestido vaporoso que ondea al viento piensa dónde encontrar a otro maldito isleño que quiera emprender el viaje de Ulises.