Vuelve a acompañarnos un domingo más Rosa María Mateos con su sección 37º Latitud Norte. Esta vez viajamos de su mano una noche de hace más de cincuenta años en la Ópera de Viena que quedó para la historia.
El Zapatero de Nureyev
Ochenta y nueve veces sube y baja el telón. La mano izquierda en la cintura de ella, acompañándola en sus elegantes pasos sobre la tarima. Salen una y otra vez al escenario, arropados por un mar de aplausos interminables. Doscientas y una reverencias a un público entregado que abarrota la Gran Ópera de Viena. La orquesta en pie desde hace más de una hora bajo el estruendo de una gigantesca ovación.
El hombrecillo sonríe en la quinta fila. Todo ha salido perfecto. Meses y meses de trabajo conociendo sus pies al milímetro: la envergadura del talón, la curvatura del empeine, la longitud de los dedos. Cientos de hojas repletas de fórmulas que calculan la presión del salto sobre la puntera, el relleno que amortigua la caída y la rigidez precisa de la punta. Los últimos días sin dormir dedicados a la ejecución: el corte de la horma, la elección de las telas, el elástico que envuelve el pie y la precisión de cada puntada.
El pequeño zapatero inglés cierra los ojos e inclina la cabeza, recibiendo con humildad los aplausos tras el velo de su anonimato. Hoy, el maestro tiene la certeza de haber alcanzado también la perfección.
En la soledad de su camerino —frente al espejo— Nureyev se sueña. Por fin el joven tártaro ha encontrado su patria. Una nación sin tierra ni fronteras que se encuentra en el interior de uno mismo.
Esta noche sus zapatillas tenían alas.
Como las de un ángel.
Nota: La interminable ovación a Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn ocurrió; tuvo lugar en la Ópera de Viena, la noche del 15 de octubre de 1964 tras una gloriosa interpretación del Lago de Los Cisnes.
Por Rosa María Mateos