37º Latitud Norte: El insufrible Principito
No os asustéis con el retraso en la publicación de la entrada de Rosa María Mateos, cosas del directo como dicen, aquí la tenemos de vuelta aunque nos diese un microinfarto al leer su anterior entrada Despedida británica al pensar que nos quería dejar. Así que esta semana vuelve a lo grande, tirándose de cabeza en la hoguera como ella misma dice, ya que hoy nos va a hablar de la literatura infantil y de ciertos totems de ella. Así que ir preparando papel y boli que os dejo con El insufrible Principito de Rosa María Mateos.

El insufrible Principito
Me gustan mucho los experimentos sociales, especialmente si se realizan con niños, porque mandan a freír espárragos los dogmas establecidos y dan al traste con las estadísticas. Un grupo de investigadores de la Universidad de Toronto se ha atrevido a poner a prueba a un centenar de chiquillos, de entre cuatro y seis años, para vislumbrar en ellos el efecto de los cuentos como transmisores de valores y conductas morales.
Las conclusiones no son las esperadas: los niños aprenden mucho más de los personajes reales, humanos, en los que sí se reconocen. Esto no quiere decir que no disfruten de los cuentos con elefantes que vuelan o burros que tocan la flauta, sino que asumen con mayor facilidad comportamientos positivos si vienen transmitidos a través de historias reales y por protagonistas semejantes a ellos. ¿Un tiro a la fantasía? Pues sí, para qué nos vamos a engañar.
Si uno analiza detenidamente los cuentos clásicos que han perdurado en el tiempo, todos llevan una carga importante de crueldad y violencia. Proceden en su mayoría de la tradición oral que trataba, sin tapujos, los aspectos más duros de la vida: la soledad, la pérdida, el maltrato, la muerte… Se te cae el alma a los pies al leer Hänsel y Gretel, especialmente cuando sus propios padres les abandonan en el bosque, y ni qué decir de la madrastra de Blancanieves, que contrata a un sicario para matarla. Y menos mal que la mayoría de estos cuentos tradicionales han llegado a nuestros días altamente edulcorados, porque las versiones originales generan terrores nocturnos.
A pesar de que mis hijos son ya mayores, me gusta mucho curiosear en las librerías especializadas en literatura infantil. Vengo observando una gran variedad de productos, con opciones para todas las edades y una calidad suprema en las ilustraciones. También compruebo que prolifera cada vez más una línea de textos ligeros, amables, con dosis extremas de felicidad. Son ediciones maravillosas, pero… ¿Trascenderán estos cuentos? Probablemente no. Los niños, al igual que los adultos, también se decantan por historias que les muevan de la silla.
Aunque ciertamente nos hace mucha falta asumir desde bien pequeños las claves para una vida feliz, tampoco hay que estar ofreciendo todo el rato una enseñanza vital a los niños. Hay un exceso de pedagogía dirigida por parte de los «cuentistas». ¿Qué tal una literatura infantil para el disfrute? Sin tantos mensajes subliminales. Tampoco veo mal que aparezcan en los cuentos los aspectos negativos de la naturaleza humana. El exceso de algodones produce el efecto contrario: la desprotección.
Preparen la hoguera los abanderados de El Principito porque me tiro de cabeza. Creo que es el libro más insufrible de mis lecturas infantiles. Una historia incomprensible para una criatura, con supuestos mensajes profundos repletos de adulteces que nunca entendí. Sorprendentemente, El Principito se ha convertido en un icono de la literatura infantil. A mi juicio, es una obra para mayores muy mayores. La prueba está en que sus diferentes versiones cinematográficas cosecharon monumentales fracasos. En el instituto me obligaron a releerlo junto a Juan Salvador Gaviota. No hay nada peor para un adolescente que un par de libros «adoctrinadores» dándole la chapa.
Meterse en la mente de un niño es una de las tareas más complicadas que existen. Todos los escritores saben que la literatura infantil es una aventura de riesgo. Los ingredientes han de ser de primera categoría: un texto de alta calidad literaria, una historia creíble repleta de imaginación, grandes dosis de humor, y unas ilustraciones que dejen al niño paralizado en el tiempo, absorto en los detalles del dibujo.
Para los pequeños lo esencial no es invisible a los ojos.
Por Rosa María Mateos
sonsolesmarope
Jaja…¡¡Qué buena crítica!! Y eso que a mi El Principito me gusta. Me gusta, en efecto, como libro para mayores, como yo, que de vez en cuando juegan a ser niños, y por su simbolismo. Y también… ¡¡porque nunca me obligaron a leerlo!!
20 abril, 2021 a las 1:28 pm