Terminamos el mes con un nuevo relato de Rosa María Mateos, regresando por un momento al principio del mes con la celebración del Día de los Muertos. Y sin más preámbulos os dejo en la agradable compañía de Doña Lola.
Doña Lola
Doña Lola es una mujer alta, lozana y guapetona de nacimiento. Tiene planta de actriz de los años cuarenta y los hombres le silban a su paso por ese caminar ceremonioso que lleva a ritmo de sandunga. Peca la señora de mucho carácter y dice las cosas como le vienen, sin un ápice de diplomacia. Fuma cigarrillos de tabaco negro sin filtro y se queja de un dolor punzante en el pecho que atribuye al libertinaje de los nervios. Va siempre muy bien peripuesta, con ropa de moda ajustada y zapatos de medio tacón. Abusa (y mucho) de los dorados y las lentejuelas. Desde bien temprano anda luciendo el collar de perlas que heredó de una abuela española.
Cuando era muy joven, doña Lola se enamoró de un vendedor de caballos que se la llevó al galope en una tarde de fiesta. Volvió al poco la chiquilla con el vientre abultado y el rabo entre las piernas. El jinete era hombre casado y padre de cinco muchachos. Lolita perdió la niña en el sexto mes de embarazo porque sus caderas no tenían aún la curvatura suficiente para albergar una criatura. —Nunca más podrá tener hijos —le dijo el doctor a su madre, y ella decidió allí mismo que se acabaron para siempre las aventuras con el otro género
Novios y enamorados no le faltaron, porque doña Lola es una hembra de armas tomar. El pobre don Agustín la cortejó durante varios años sin obtener de ella siquiera una mirada de reproche. El carpintero rondaba su casa con preciosas cajitas de madera y ramilletes de jazmines. Doña Lola no sucumbió a las atenciones de su pretendiente, que fueron muchas, y el pobre enamorado fue apagando día a día su fuego de galán hasta que se marchó de la ciudad.
Doña Lola vive en la casita de los aguacates, la única casa del vecindario que no sufrió un solo desperfecto durante el terremoto de 1985. Los cimientos están construidos con los mástiles de una goleta inglesa, hundida frente a las costas de Veracruz, y las ondas sísmicas movieron los cimientos de la misma manera que un barco navega sobre las olas. El pasado 19 de septiembre, doña Lola salió a fisgonear un casamiento en el Santuario de la Virgen de los Remedios. Las cúpulas se desplomaron con la nueva sacudida sísmica, en el momento justo que la cotilla se ajustaba las medias en la puerta de la iglesia.
La sobrinada le ha levantado un altarcito en el Día de los Muertos, con platos de frijoles de olla y tamales de cordero. Don Agustín llegó del norte en autobús, con una botella de tequila añejo y el repertorio completo de Juan Gabriel, para bailar con la muerta un agarradito. El viejo había labrado para su amada todas las flores del trópico en un pequeño baúl de madera de sándalo, para que guarde en el otro mundo el tabaco de liar y las numerosas cartas que tiene pensado escribirle.
Doña Lola –por fin liberada– decide que ha llegado el momento de corresponder a su amartelado. Ahora será ella quien irá a rondarle durante la noche.
Por Rosa María Mateos